sábado, 26 de julio de 2014

Yo voy a seguir luchando.
Mientras quede un pequeño álito de vida,
Yo voy a seguir luchando.
Cuando el mundo caiga,
como piezas de un rompecabezas deformado,
Yo voy a seguir luchando.
Y la oscuridad se va derramando de mi mente,
en forma de crisálida temblorosa,
Yo voy a seguir luchando.
Exprimiré cada respiro,
cada parpadeo,
Y seguiré luchando.
Mi espada estará, una vez más, firme en mi mano,
para alejar lo que no quiero,
y así,
Seguiré luchando.
Porque, cuidado
oyentes
Afilé mi pluma otra vez
y mis palabras resucitadas vuelven poco a poco.
Aunque son fruto del olvido
y la desesperación de un canto frío
tienen brillo.

martes, 17 de junio de 2014

Sus alas se abrieron, poco a poco, acariciando el aire con su plumaje, y sus mejillas. Miró al cielo una vez más, y empuñó su espada con fuerza. Las notas sonaban en el aire con lentitud. Nunca la calma se respiró de esa forma en toda la historia.
Las alas llenaban el Universo, y cada pluma estaba compuesta por miles de estrellas. La máscara tapaba su rostro, si es que había alguno debajo. Cuernos sobresalían de su frente, retorciéndose hasta formar lunas.
La espada rasgó el aire, y sus ojos vieron el poder. Cada fibra de su ser estaba en sinfonía con la música esparcida, y su cuerpo se estremeció levemente. Las ramas de los árboles más cerca se mezclaron hasta envolverle, y él, ajeno a toda muerte, sonrió y vio su primer amanecer.

lunes, 16 de junio de 2014

El Abismo

Me gusta la forma en que el Abismo nos va cogiendo a todos. Es el Juicio definitivo; todos tenemos un demonio dentro. Eso, necesariamente, no significa que tengamos un ángel custodio que nos guarde, ya que si  no el Abismo no existiría. Quizás es sencillamente que sabemos luchar gracias a nuestra conciencia. Quizás es que somos más testarudos, o que nos acostumbramos a nuestros demonios. A lo mejor nosotros somos los demonios.
El Abismo ya existía desde que tengo uso de razón. Mira, nunca he sido demasiado sincera, ni tampoco humilde (ya que estamos) pero reconozco que a veces me he dejado llevar. El Abismo llama  y no perdona-es su gran característica- y cuando llegó al umbral de mi casa no dudé en dejarlo pasar. Mi luz había sido devorada, y me temo que ya no va a volver. 
Algunas leyendas dicen que en el origen, el Abismo no estaba. No me lo creo. Donde hay Creación, hay Destrucción, y gente que sigue ambos lados. 
La oscuridad es tentadora para aquéllos que aportan luz. ¿Por qué existe el Abismo si es tan fácil no caer? Y la curiosidad mató al gato. Soy testigo; el Abismo atrae con una fuerza como un remolino, y hay que dejarse llevar. No hay que luchar para nadar a contracorriente. Por eso me he rendido y me he librado a él.
Sé que no sabes de qué estoy hablando. No importa. Lo sabrás, y cuando lo sepas, vendrás a mí. Y si lo sabes, me entiendes y no finjas ser mejor persona que yo. Ninguno de nosotros lo somos, y ninguno merece la salvación.
SSh. Escucha. ¿Oyes ese zumbido? El Abismo se acerca, y está hambriento.

jueves, 10 de abril de 2014

Una historia de fuego

Tengo una historia quemándome en el bolsillo desde hace años.
Cuando hace mucho sol, se apaga un poco a causa de la luz intimidatoria de éste. En esas ocasiones le creo un poco de sombra con mi lápiz, nada demasiado complejo. Cuando hace frío, arde con pasión, derritiendo todos los grados negativos en su atmósfera.
Es una historia sin sentido. Quizás sepáis de qué hablo; una historia sin origen. He creado algo intangible como un trozo de papel doblado dieciséis veces.
A veces me dice qué estrellas son más adecuadas para tomar el té. Yo escucho,  muda; es interesante oír una historia así.
Tengo quemadas que me duelen cuando las toco. Son el esfuerzo que he infringido en mi historia, y vale la pena. Deberíais ver la luz en los ojos de los niños cuando ven el fuego tocando el cielo con sus llamas y chispas. Una niña, una vez, se llevó una chispita minúscula, y tuve que enseñarle cómo cuidar de una historia para que crezca e ilumine todo.
Algunos me dicen que es mejor poner el fuego en papel, para que no se escape; pero yo prefiero las quemaduras y las chispas. Hacen de mi historia una mucho más libre e intrigante.

Una habitación

Una habitación cuadrada y simple. Las ventanas están cerradas; las cortinas ahogan la luz. Mi visión se limita al resquicio de iluminación que aparece de vez en cuando gracias al movimiento ondulatorio de una de las cortinas y una brisa inexistente.
La habitación no tiene muebles. En medio del cubículo, un bol. Me acerco. Desde el techo caen gotas que llenan el bol a un ritmo apagado y lento; debe de haber alguna gotera. Miro mi reflejo difuminado. El instinto me susurra que es mejor no tocar ese líquido intranquilo.
El sonido que hacen las gotas al caer es asfixiante. Mirando su caída, me pregunto cuándo acabará este calvario. Hay algo inquietante allí; es como si no hubiera tiempo.

...

No hay puertas.
Quizás he estado aquí minutos o toda la eternidad, no lo sé. La pequeña luz parpadeante de detrás de la cortina no cambia. Quizás no sea natural.
Mi cuerpo no me deja apartar esas cortinas pesadas.
Ya no me siento las manos.

...

Voy a hacerlo. Sí; tocaré el líquido. Quizás algo cambie; quizás pueda marcharme.

...


Una habitación cuadrada y simple. Las ventanas están cerradas; las cortinas ahogan la luz...

lunes, 16 de diciembre de 2013

Una historia como las de antes

El aliento de Dios empañaba los cristales de este tren. Mi pequeña maleta botaba a cada movimiento del tren, y no podía dormir. El cielo estaba de un gris blanquecino, amenazando con llover. Mi destino parecía no llegar nunca.
Los asientos, de madera, eran incómodos. Para más inconvenientes, estaba sola en ese apartado del vagón. A nadie parecía interesarle demasiado la ruta de este tren, haciendo que este viaje resultase de lo más monótono y aburrido, sin la oportunidad de inventar historias según el aspecto del resto de pasajeros. Intenté leer el libro de Agatha Christie que me había regalado mi madre para la ocasión. Trataba de un asesinato en un tren, y la ingeniosa deducción de Miss Marple de lo sucedido. El caso es que no prestaba atención a la lectura.
Aquella situación era totalmente embarazosa. Mi madre me enviaba a la mansión de un familiar (ni siquiera sé qué clase de parentesco tengo con ese individuo; algo lamentable, coincidiréis conmigo) para que, según sus palabras, 'respire algo de aire fresco.' ¿Aire fresco? ¡Pero si yo sólo quería volver a mi querida ciudad, donde vendían croissants en la calle, donde la gente lucía corteses sonrisas! Al campo sólo van los conejos.
Analicé la situación, y a menos de que cayera por alguna madriguera hacia otro mundo o atravesara un armario lleno de pieles para hablar con leones, este verano sería fatídico.
Llegué, finalmente, a mi parada. Desierta, como suponía. Nadie había ido a buscarme, ni siquiera un mísero criado que me indicase el camino. Nada. Sólo el suelo medianamente pavimentado y todo lleno de polvo y arena de los caminos. Bajé del andén con mi modesta maleta y con toda la dignidad que fui capaz, me caí al suelo. Me levanté como pude y busqué ayuda en ese páramo desolado.
Anduve por quince minutos aproximadamente, cuando ya me dolían los pies (jamás pensé que me haría falta hacer ejercicio algún día) y divisé una choza. Llamé a la puerta.
-¿Quién anda?-se oyó una voz desde el interior.
-Me llamo Marie, y acabo de llegar a este... eh... (¿cómo llamar un sitio donde sólo hay cuatro ''casas''?) sitio, pero nadie ha venido a buscarme.
Una señora llena de harina y con un moño y delantal abrió la puerta, causando un golpe de aire.
Bonjour, querida! Siento no haber podido abrir la puerta en cuanto llamasteis, últimamente hay mucho gamberro por aquí. ¿Estás perdida? No te preocupes, te ayudaré. Pasa, pasa, no te quedes allí.
Entré (con todas mis reservas) a esa modesta casa. La verdad era que estaba decorada bastante cálidamente. Había una chimenea donde chispeaba un gran fuego, y las paredes estaban hechas de madera oscura y acogedora. Habían algunos muebles sencillos, pero suficientes para vivir con comodidad.
-Siéntate, hija. Enseguida voy al pueblo a preguntar si alguien ha perdido una chica tan mona como tú.-dijo con una sonrisa.
Respondí con otra sonrisa, y ella se fue, cerrando la puerta. Me quedé allí, sentada en un sillón (donde me iba hundiendo más y más).
El ruido del fuego, el cansancio del viaje y  la caminata me fueron durmiendo poco a poco, entrando en un sueño profundo.

Continuará

martes, 5 de noviembre de 2013

Era un paisaje frío y desolado. Un desierto de desesperación. Podía oír, sentir sus almas marchitarse y gritar al cielo. El suelo crujía bajo mis pies, que caminaban sin rumbo fijo. Mis ojos recorrían el paisaje -apenas unas cenizas de lo que había sido- y me preguntaba sin cesar la Razón. La Razón que lo cambió todo, que era nuestra esperanza, había sembrado la oscuridad en este paisaje. 
La Demencia reinaba ahora, pero el mundo no había mejorado. Los pájaros se arrastraban por el suelo, los árboles bailaban y los lobos lloraban en las esquinas. Sé que parece divertido, pero ver cómo cada ser vivo iba muriendo poco a poco, tus seres queridos, delante de tus ojos, no lo es. 
Me senté a orillas de lo que creía ser el río. La Razón siempre había estado allí, pero no así, no de esta forma. Ella nos había matado, nos había convertido en vagabundos, condenados a la Demencia. 
De ellos, sólo quedaba yo.
Todavía era capaz de percibir destellos y luces, y sombras y seres en las esquinas de lo que veía, hasta donde alcanzaba mi cansada vista. Mi demencia seguía allí, pero ya formaba parte de mí. 
Pero la Razón había causado las guerras, había destruido la naturaleza con sólo el propósito de la supervivencia, cosa que no tenía sentido. ¿Cómo vas a vivir destruyendo tu propio hogar?

...

Ya había llegado la luz. Me tendió la mano, y me señaló un camino. Me acuerdo de los días en que me prometiste esto, que me prometiste un final. Un final solitario. Aquellos días pasados junto a ti no tuvieron precio. Siento que mi demencia te haya arrancado de los brazos del tiempo, pero es mejor así. 
No llegaste a ver los ojos de la Muerte. 

lunes, 7 de octubre de 2013

El Viejo Camino

Los pájaros volaban rompiendo el cielo a pedazos. Iba yo, caminando entre ellos, en el suelo, en la Tierra. ¿Era ésta la realidad o sólo mi imaginación? Los pájaros ya no estaban. Me habían abandonado. Los pájaros no suelen ser los mejores amigos. Se van cuando los necesitas, y nunca sabes si vuelven o no, si siguen allí o no. Yo una vez tuve un amigo-pájaro, me contaba historias sobre planetas que no conocía. Él ya se fue hace mucho, quizás encontró ese nido que siempre andaba buscando, no sé.
Mis pies por aquel entonces estaban llenos de cortes y arena; había perdido mis zapatos, pero no sabía cuándo ni cómo, no lo recordaba. 
Debes saber que no tenía brújula; si no no estaría perdida. Es pura lógica. Ah, brújulas, grandes inventos. ¡Si supieras a cuántas personas salvaron esas pequeñas cajitas doradas...! Pero yo no tenía, como dije. Perdida estaba yo, en medio  ¿de qué?, un desierto o algo parecido. Pero era hierba y no arena, y no me quemaba los pies. Sólo había este viejo camino, mi andar y pájaros que ya no estaban. 
¿Que por qué caminaba? No lo sabía, ¿acaso no es obvio? Estaba perdida. No iba a quedarme allí sentada contemplando un cielo demasiado limpio para mi gusto. Es aburrido. Y no estaba cansada.
Llegué a un pueblo. Sí, así de repente. No preguntes. Apareció en mis narices, miré a mi alrededor y estaba caminando por la Plaza Mayor de un pueblo, en medio de la nada. No me acuerdo de su nombre, era algo corto y raro, qué se yo.
Me alojé en ese pueblo para pasar la noche. Cuando desperté por el hambre, miré a mi alrededor y estaba tendida en la hierba, apoyada a un árbol, con abejas rezumbando a mi alrededor. Odio las abejas. No quedaba rastro del pueblo, ni su gente ni nada de nada. Había desaparecido tal y como había llegado. No me dio tiempo ni a pagar la noche.
Por eso si quieres salir a pasear, hija, no te dejes la bendita brújula. ¿No querrías encontrarte con el Viejo Camino, a que no? Mejor vuelve a casa. Voy a preparar pastel.

Inmortal

Escuchando notas de piano frías y sin corazón,
veía las estrellas caer
y morir.
Ser inmortal es esto;
ver estrellas que brillaron miles de años,
caer y estrellarse y morir.
Yo también deseo morir y descansar al fin.
Pero ser inmortal no es un regalo,
no es nada,
es sólo ver algo que nadie más ve,
es escuchar esa voz angelical perderse entre las brumas de los recuerdos,
ver cómo marchitan sus ojos,
cómo sus dedos ya no pueden hacer música como antes.
Mientras mi espejo me traiciona,
quizás mis palabras mueran y se pierdan.
Será otra forma de morir.