El mundo gris de una despedida

Todo es gris y blanco. Todo lo que me rodea. No necesito ver a mi alrededor para saberlo. Estamos justo al borde del mar, pero no se oye nada. Estamos en un absoluto silencio. Las gaviotas enmudecen, y el mar es puro silencio líquido y gris.
Pero yo no me fijo en eso.
Sólo puedo verle a él, a tres metros de distancia. Nos miramos a los ojos. Los suyos son gris oscuro, como el mar, completamente inexpresivos. Su camisa de manga corta blanca, y unos tejanos gris muy oscuro.
Él me observa a mí. Ninguno de los dos se mueve, somos como estátuas en medio de un mundo gris sin tiempo.
Inesperadamente, él se gira, y empieza a caminar, alejándose de mí. No necesito palabras, ni gestos, para saber qué significa. Una lágrima recorre mi mejilla, intento correr hacia él, gritar su nombre, decirle que le quiero, pero las palabras se atascan en mi garganta. La lágrima se queda solitaria en mi mejilla, incapaz de seguir bajando hasta mi barbilla.
El viento lleno de sal remueve mi pelo, pero yo sigo mirando como se aleja. Incluso horas después. Y días.
Incluso después de que desapareciera en el horizonte, incluso después de que sus huellas en la arena se borrasen como si nunca hubieran existido.
Mi corazón está en silencio, es como si no latiera. De repente, todo se vuelve negro como la boca de un lobo.
No sé dónde estoy. ¿Y qué importa ya? Te has ido.
Soy incapaz de llorar. La pérdida, la tristeza, y todo de sentimientos negativos son tan fuertes que llorar no serviría de nada.