lunes, 18 de julio de 2011

Una flor

Estaba yo tan tranquila en mi habitación, haciendo los deberes, cuando el timbre de mi casa sonó. Aliviada de poder despegar los ojos de las mates, cerré el libro y bajé las escaleras para ir a la puerta para ver quién era. Abrí, pero fuera no había nadie. Miré a izquierda y a la derecha, pero no había nadie. Entonces la vi. Era una flor preciosa, de color rojo sangre, con centenares de pétalos. La olí, y olía a gloria. Vi que tenía una notita colgando de la tija. Leí lo que ponía:
No me conoces (aún) pero yo te conozco a ti. Sólo tu te mereces una flor tan bella, porque cuando la vi me recordó a ti, Juno. Espero que te guste.
Adiós,
Gabriel
Gabriel? No me sonaba de nada ese nombre. Pero una cosa estaba segura: esta flor era para mí, ya que ponía mi nombre, Juno.
Cerré la puerta con llave y volví a mi habitación. Seguramente estaba roja como un tomate... Cogí un jarrón con agua y azúcar (dicen que si pones azúcar al agua de las flores estas duran más, y les gusta) y puse la flor dentro. Me la quedé mirando, con la notita en la mano.
Mi pueblo es pequeñito, nos conocemos todos. Pero de momento no conocía ningun Gabriel.
Miré el reloj. Ya era tarde, así que me preparé para irme a dormir y me fui a la cama. Cuando apagé la luz, la flor empezó a brillar con una luz tenue, como si fuese una pequeña vela. Extrañada, me levanté y la observé más de cerca. Entonces lo que vi me dejó maravillada, con el corazón latiendo a mil por hora. En cada pétalo, escrito con una letra inclinada y con una luz dorada, había mi nombre. Mi nombre repetido millones de veces. Mirase por donde mirase, ponía Juno, Juno, Juno...
Y en el centro, muy pequeñito, ponía:  
Firmado: Gabriel

No hay comentarios: