lunes, 18 de julio de 2011

Algo del pasado

-Eli, recoge inmediatamente el desván!-se oyó la voz de mi madre por toda la casa. Mi casa es grande, así que hay que gritar para oirnos unos a otros.
-Ya vooooyyyy-respondí, con pereza.
Subí las escaleras pesadamente y llegué al desván. Cuando abrí la puerta, vi que todo estaba amontonado en los rincones. Cuando me refiero a "todo" me refiero a montañas de trastos. Suspiré, me arremangué y me hice un moño para retener los mechones pelirrojos y que no me molestasen. Empecé por la montañita más pequeña, y asi ir creciendo.

Al cabo de unas dos horas, ya estaba pracicamente todo recogido, y las cosas viejas en un montoncito directo para la basura o para donar si aún valia la pena. Entonces, en el fondo del fondo del desván, vi un cofrecito. No me sonaba de nada, así que curiosa lo cogí, me lo puse en las rodillas y lo abrí. Dentro había una cajita más pequeña. Cogí la cajita y la abrí. Dentro había un medallón. Cogí el medallón y lo examiné de cerca. Era de oro, y si se miraba de cerca, en el medallón había incrustada una rosa plateada, con diamantes minúsculos incrustados haciendo el contorno de la rosa. De tal manera que cuando se ponía a la luz reflejaba los rayos de luz en todas las direciones. Era una maravilla.
Tenía una cadenita larga de oro, y la había estado cogiendo todo el rato por la cadena.
Cuando cogí el medallón, un escalofrío me recorrió la espalda. Enfrente de mi había un espejo, y estaba petrificada. Vi mis ojos de color verde volverse violetas, poco a poco, algo terrorífico.
Entonces vi una señora mayor. Lo veía todo en blanco y negro, como una película antiga. Miré alrededor y me di cuenta de que ya no estaba en el desván, sino en una sala enorme, propia de un palacio. Miré enfrente otra vez, donde estaba la señora mayor sentada en un tamburete de madera. Me acerqué a ella.
-Perdone, pero, dónde estamos?-le pregunté.
No me respondió. Seguía leyendo el libro que tenía en las manos.
-Hola, donde estamos?-le dije impaciente.
Le hice señas, pero no me oía. Le grité en el oído, pero siguió leyendo. Me acerqué a la ventana y vi algo que me dejó patidifusa: no se veía mi reflejo. No era por la falta de luz, o algo por el estilo, no: la señora se reflejaba perfectamente. Yo, no.
Me di cuenta entonces que nadie podía verme ni oírme. Era un fantasma, o qué? Miré el suelo, y claro, tampoco tenía sombra. En ese momento entró un señor, vestido como un mayordomo de la tele.
-Perdone, señora Anabelle, pero el señor Jonathan le envía esto.-dijo el tipo.
-Gracias, Edgard-respondió la señora.
El mayordomo le tendía una cajita, y la reconocí: era la cajita del medallón!. Ananelle cogió la cajita y la abrió. Dentro, estaba el medallón. Anabelle lo cogió, lo admiró como yo lo había hecho y se lo puso. Y murmuró, (igualmente lo escuché):
-Mi bisnieta Elise encontrará este medallón, y con él se convertirá en una visionaria del pasado.
Luego, Anabelle suspiró, y todo se nubló.

Lo siguiente que recuerdo es que estaba estirada en el suelo del desván, en mi casa, con el medallón entre las manos.
Ahora me acordana. Anabelle era mi bisabuela, y mi bisabuelo era Jonathan. Giré el medallón, y entonces vi una inscripción:

Querida Elise,
Sé que cuando leas esto yo ya no podré estar allí para ayudarte en el largo camino que te espera. Lo q ue acaba de pasar era una visión del pasado. Es un don que tienes, como yo también lo tuve y mi bisabuelo también lo tuvo. No debes preocuparte. Este medallón te guiará, ya que tiene propiedades mágicas. Tu sólo hazle caso, Elise. Tus ojos verdes se han vuelto de color verde se habrán vuelto violetas alrededor de la pupila. Si alguien te pregunta por este cambio, dile que lo tenías desde siempre.
Con cariño,
Anabelle
Nota: sé todo esto acerca de tí porque Jonathan veía el futuro. Ya puedes atar cabos...
Entonces soy una visionaria del pasado... Me colgé el medallón y me fui del desván.

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