Y así acabó la historia,
la historia de una leyenda.
Esa leyenda, no luchó.
Miró a su alrededor, y se dio cuenta,
de que luchar era quedarse allí.
Y observó
la historia que poco a poco
se fue formando en su interior,
sin moverse,
sin atreverse a respirar.
La leyenda siguió observando
hasta el último suspiro.
Pero dejó en papel
esa historia que
había crecido en su interior.
No tenía principio, ni fin.
Siglos después,
se encontró esa historia.
Se publicó en miles de ejemplares,
en miles de lenguajes.
Esos libros pasaron de mano en mano,
y se siguieron publicando
durante muchos años más.
Pero nadie se acordó de la leyenda.
Ni de su historia verdadera.
Por eso, cuando el libro cayó en manos del niño,
La historia ya había llegado a su fin,
pero no la historia del interior de la leyenda,
sino la de la leyenda misma.
Y fue ese niño que preguntó quién había vivido la historia.
Pero nadie se acordó de la leyenda,
porque ya estaba muerta.
Pero el niño creció y se convirtió en joven.
Había olvidado la leyenda.
Y pasó el tiempo.
El joven se convirtió en hombre,
luego anciano.
Su vida tocaba el fin.
Soñó que una leyenda le hablaba.
Se acordó, al fin,
del libro, de la leyenda,
y de su historia de su interior.
Se dio cuenta al fin,
de quién en verdad había sido la leyenda,
y de su verdadera historia.
Y, que en realidad,
ninguna historia llega a su fin.
Porque incluso después de su muerte,
seguían viajando sus palabras.
Y así fue cómo el anciano murió.
Y, así fue, cómo la leyenda murió por segunda vez también.
Quizás, algún otro niño,
se habría dado cuenta también de la historia verdadera.
Pero eso yo no lo sé.
Yo sólo digo, lo que conozco,
el fin de la historia de una leyenda.
la historia de una leyenda.
Esa leyenda, no luchó.
Miró a su alrededor, y se dio cuenta,
de que luchar era quedarse allí.
Y observó
la historia que poco a poco
se fue formando en su interior,
sin moverse,
sin atreverse a respirar.
La leyenda siguió observando
hasta el último suspiro.
Pero dejó en papel
esa historia que
había crecido en su interior.
No tenía principio, ni fin.
Siglos después,
se encontró esa historia.
Se publicó en miles de ejemplares,
en miles de lenguajes.
Esos libros pasaron de mano en mano,
y se siguieron publicando
durante muchos años más.
Pero nadie se acordó de la leyenda.
Ni de su historia verdadera.
Por eso, cuando el libro cayó en manos del niño,
La historia ya había llegado a su fin,
pero no la historia del interior de la leyenda,
sino la de la leyenda misma.
Y fue ese niño que preguntó quién había vivido la historia.
Pero nadie se acordó de la leyenda,
porque ya estaba muerta.
Pero el niño creció y se convirtió en joven.
Había olvidado la leyenda.
Y pasó el tiempo.
El joven se convirtió en hombre,
luego anciano.
Su vida tocaba el fin.
Soñó que una leyenda le hablaba.
Se acordó, al fin,
del libro, de la leyenda,
y de su historia de su interior.
Se dio cuenta al fin,
de quién en verdad había sido la leyenda,
y de su verdadera historia.
Y, que en realidad,
ninguna historia llega a su fin.
Porque incluso después de su muerte,
seguían viajando sus palabras.
Y así fue cómo el anciano murió.
Y, así fue, cómo la leyenda murió por segunda vez también.
Quizás, algún otro niño,
se habría dado cuenta también de la historia verdadera.
Pero eso yo no lo sé.
Yo sólo digo, lo que conozco,
el fin de la historia de una leyenda.
2 comentarios:
muy bonito, eres muy creativa.. a ver cuando me atrevo a subir mis propios poemas...
saludos lucy
graciaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaas!!!! :D
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