Ellas eran tres.
Azul, dorado y rojo.
Siempre aparecían sentadas en sillas,
y sus ojos me miraban fijamente.
Azules, dorados y rojos.
Ellas eran yo,
partes de mi ser.
Azul para el frío
para el vacío
para la ausencia de pasiones
y muerte en los oídos.
Dorado para el día,
para las sonrisas y la vida,
donde todo el cuerpo era esperanza.
Rojo para la ira,
para la rabia
y el demonio que susurraba
con su cara enterrada en mi cuello.
Ellas eran yo, tres
entidades que se turnaban y convivían
y se transformaban.
Sabiendo que sólo una viviría.
Y tengo en mis brazos, moribunda de nuevo
el dorado del fuego
cálido
mientras me preguntaba una y otra vez
si sería capaz
de volver
a
respirar
Azul, dorado y rojo.
Siempre aparecían sentadas en sillas,
y sus ojos me miraban fijamente.
Azules, dorados y rojos.
Ellas eran yo,
partes de mi ser.
Azul para el frío
para el vacío
para la ausencia de pasiones
y muerte en los oídos.
Dorado para el día,
para las sonrisas y la vida,
donde todo el cuerpo era esperanza.
Rojo para la ira,
para la rabia
y el demonio que susurraba
con su cara enterrada en mi cuello.
Ellas eran yo, tres
entidades que se turnaban y convivían
y se transformaban.
Sabiendo que sólo una viviría.
Y tengo en mis brazos, moribunda de nuevo
el dorado del fuego
cálido
mientras me preguntaba una y otra vez
si sería capaz
de volver
a
respirar