domingo, 10 de mayo de 2015

Esos días azules
y ese sol de la infancia

Antonio Machado

Color invisible

Llegaste tú.
Eres la persona más cabezota que he conocido jamás. Tu pelo se metía en tus ojos, y siempre, de forma exasperada, te lo quitabas de en medio.
Tus pestañas. Dios, tus pestañas, que cuando les daba el sol se volvían de un color rojo que jamás me atrevería a pintar. Sencillamente hay colores que sólo existen en la mente de uno.
Me gustaba tu peca debajo de la mandíbula, la forma que tenía, que me recordaba los domingos por la mañana que me pasaba resiguiéndolo con el dedo. Me daba la impresión que siempre tenías pintura en tu rostro, tus manos, tu cuello y pies. Parecías un retrato vivo, tan vivo que dejaba de respirar al verte.
Veía alas en ti. Alas blancas, marrones, cálidas y solitarias, que se erguían cuando la brisa las tocaba. Nadie más las veía.
Sólo yo.
Llegaste tú y me lancé a volar. ¿Has visto los sueños de los saltamontes? Desde las nubes se pueden observar y sentir en la piel, cerrando los ojos.
Llegaste tú y empecé a pintar con todos los pinceles, con todos los dedos, todo a la vez, tu rostro, tus ojos y todo, todo, porque quería llenar el mundo de todo lo que fuera tú, quería que el mundo fueras tú, TÚ.
Después, rompí los pinceles. Los dibujos. Mi arte eras tú, y creo que siempre lo supiste. Sólo sueño contigo.
Me abandonaste tú.